Tengo la costumbre de no querer saber nada de un libro antes de leerlo o de una película antes de verla. Si puedo evitarlo, no veo trailers ni leo críticas o reseñas, de modo que cuando inicio una lectura o veo una película suele sorprenderme lo que muchos otros ya conocían de antemano. Como estoy segura de que hay mucha gente que comparte esa pequeña manía conmigo, me esfuerzo por poner la palabra spoilers! cuando alguno de mis comentarios puede desvelar detalles de un argumento.
Si no has leído el libro de hoy y deseas hacerlo, mejor no sigas leyendo este post.
Conocía “Casa de muñecas” del escritor noruego Henrik Ibsen sólo de oídas. No tenía ni idea del argumento ni de lo que significó en su momento para la encorsetada sociedad europea. Tampoco sabía que se trataba de una obra de teatro, género que no suelo frecuentar y que tampoco me llama excesivamente la atención. Mi empeño personal por leer algunos clásicos llevó sin embargo este libro a mi cabecera esta semana y finalmente me sorprendió gratamente.
Gracias a lo comentado antes de no saber ningún dato previo de la obra, su lectura me pareció un tanto aburrida al principio, con un exceso de artificialidad que no era muy de mi agrado. Un matrimonio perfecto, Nora y Helmer, con un machismo absolutamente dominante por parte de él y una total subordinación a los deseos de su marido por parte de ella. Para salvar la vida de su esposo enfermo, Nora pide dinero a un conocido, algo mal visto en la sociedad de la época y que le acarreará las graves consecuencias de un chantaje más adelante.
Siendo el nudo de la obra una situación típica de personajes (el prestamista, el mejor amigo de la familia, la mejor amiga de ella y el matrimonio protagonista), lo importante de “Casa de muñecas” sin embargo se produce en el tercer acto, cuando Helmer descubre que su esposa, falsificando la firma de su padre y engañándolo a él, había recurrido a un hombre despreciable para conseguir el dinero. Su reacción es de rechazo absoluto, ignorando los años de matrimonio, los hijos en común y la razón por la que su esposa pidió ese préstamo. Decide que él debe ante todo salvaguardar su honor, su nuevo y prestigioso puesto al frente de una empresa y que nadie debe enterarse de que su mujer es una delincuente, según él. Le prohíbe educar a sus hijos, pretende alejarse de ella para no mezclarse con su mala idea y restringirle todo lo que hasta ese momento los convertía en una pareja feliz.
Es en ese momento cuando los acontecimientos dan un giro inesperado. Las pruebas del hecho delictivo de Nora desaparecen del mismo modo que llegaron, volviendo la actitud de Helmer a ser la de amantísimo esposo. Pero Nora ya no quiere ocupar su puesto de alegre cónyuge. Se da cuenta de que su marido no iba a dar la cara por ella en ningún momento y eso le hace tomar la decisión de abandonarlo. Para una obra de finales del s.XIX (se publicó en 1879) el hecho de que una mujer deje a su esposo e hijos porque no se siente bien tratada constituía un acto de rebeldía intolerable.
El “portazo” de Nora, como así se ha considerado a lo largo de los años, significó una fuerte revolución para los tradicionales postulados europeos. Para su estreno en Alemania Ibsen tuvo que cambiar el final de la obra debido a las críticas y en muchos otros países incluso fue vetado el libreto. La polémica es de lo más actual aunque hoy nadie acusaría a Nora de atentar contra los fundamentos de la familia por su separación matrimonial. Ella se consideraba una mujer utilizada, anulada permanentemente por su marido y que se engañaba a sí misma para simular una casita de muñecas en la que interpretaba el papel que los hombres de su vida habían elegido para ella, primero su padre y luego su marido. El hecho de abandonar a Helmer sólo significaba la necesidad de encontrar su verdadera identidad y su felicidad, algo que sin duda tenía que hacer en soledad.
Su valiente arranque de sinceridad es aún hoy un ejemplo para muchas mujeres que no quieren a sus esposos pero no saben cómo decírselo o no se atreven a ello por miedo a las represalias sociales. Muchas veces la solución está precisamente en desdramatizar la situación, en decirlo sin más, con el convencimiento de que se hace lo correcto y de que no se puede vivir una vida de mentira constantemente, tiñendo de alegría el vacío y la insatisfacción. No se puede obligar a querer; el amor, igual que el odio y la indiferencia, se gana con el tiempo.
HOLA LILLU NO TE ESCRIBO JUSTAMENTE PARA COMENTARTE DEL LIBRO QUE NO HE LEIDO, ME GUSTARIA PUEDAS LEER SI NO LO HICISTE YA "EL POZO" DE ONETTI, ESPERO TU COMENTARIO GRACIAS UN BESO ANDRES (MONTEVIDEO, URUGUAY)
ResponderEliminarHola Kafkarudo, pues no he leído "El pozo", pero lo apuntaré en mi lista de lecturas pendientes :) Gracias por la sugerencia!
ResponderEliminarsaluditos
Sólo decirte que, voluntariamente, no intento no saber nada de los libros o las películas, pero de vez en cuando veo o leo alguna de la cual desconozco el argumento y resulta que me encanta la historia. Me pasó con "El lector"; la película me pareció estupenda.
ResponderEliminar