El macarrón Napoleón |
Desde siempre me recuerdo escribiendo cosas. De pequeña escribía historias inventadas, cartas a amigas; después diarios, listas de actividades que quería hacer, más cartas; luego reflexiones, retazos alegóricos de mis vivencias; más tarde noticias, notas y textos para mi trabajo; y mucho después llegó este blog. Tengo dos novelas que posiblemente jamás verán la luz, una porque tardé más de 8 años en terminarla y perdió toda vigencia, y otra que permanece inacabada desde hace ya bastantes años, en espera de ese final inspirado que nunca llega. Cada vez que las reviso les cambio cosas y soy absolutamente incapaz de cerrarlas definitivamente y darlas por buenas.
A lo largo de mi vida he compartido poco mis textos, sobre todo por vergüenza y porque he estado rodeada de escritores mucho mejores que yo al lado de los cuales me siento pequeñita. Los privilegiados que han leído algo escrito por mí son mis parejas, amigos íntimos o personas que en su momento consideré de confianza para abrirles ese trocito de mi intimidad literaria.
Y hoy vengo a romper esa línea. ¿Por qué? Pues quizás porque me doy cuenta cada vez más de la fugacidad de la vida, de nuestra existencia finita y de que, sea bueno o malo, tenga o no calidad, todo lo que creamos y no compartimos o mostramos al mundo acaba por morir. Sigo a algunos escritores aficionados en redes sociales y los admiro por ser capaces de ofrecer sus trabajos sin el pudor que a mí me da abrir esa vertiente de mi creación. Que oye, igual también lo sufren, pero seguro que lo manejan mucho mejor que yo.
El caso es que hoy quiero sacar a la luz la breve historia del macarrón Napoleón, una inocente pieza de pasta que creyó haber encontrado la razón de su existir pero se equivocaba. Tiene moraleja, como las fábulas clásicas, así que leedlo con cariño, empatía y la benevolencia que da saber que fue escrito hace ya un buen montón de años y posiblemente contenga más errores que aciertos dentro del género literario en que se ubica. Y sobre todo tened en cuenta que posiblemente todos hemos sido el macarrón Napoleón en algún momento de nuestras vidas.
Hoy en Lillusion, en absoluta primicia digital,
"El macarrón Napoleón"
Esta es la historia de un macarrón que quería dominar el mundo. No era un macarrón común; era un hermoso tiburón rayado de sémola de trigo duro, redondeado, de primera calidad y totalmente original, nada de novedades al huevo o con espinacas. Él era un ejemplar de pasta tiburón de los de toda la vida.
Su idea de dominar el mundo surgió un día dentro del tarro de la pasta, mientras esperaba su turno para la cocción, la ingestión, la degustación, la deglución, la digestión y la desintegración. Se preguntó: ¿y si mi destino no es el de todos mis congéneres? ¿Y si yo he sido creado para ser algo más, para hacer algo grande y ser recordado como el mejor macarrón de la historia? Ahí comenzó a urdir su plan.
La estrategia era sencilla. Lo primero era huir del paso inevitable para todo macarrón: la cocción en agua hirviendo ligeramente salada. Dicho y hecho. Dos días después, mientras el bote de cristal se inclinaba hacia la olla al fuego, él se escurrió fuera del recipiente y saltó al suelo. “¡Vaya!”. Lo recogieron y lo echaron en un cubo de basura casi repleto. No fue agradable, pero nadie dijo que aquello sería fácil.
A última hora de la tarde alguien cogió la bolsa negra de basura, la cerró y la depositó en un contenedor comunitario de desechos. El macarrón se encontró solo dentro de la bolsa, rodeado de cientos de productos extraños, la mayoría en muy mal estado. Pero enseguida comprendió que todo héroe tiene que pagar su precio por alcanzar la inmortalidad y él estaba dispuesto a hacer lo que fuera para lograr su objetivo. De hecho, su plan avanzaba con paso firme y estaba seguro de no haber dejado nada al azar.
Durante las dos o tres horas siguientes trabajó mentalmente en su estrategia, endulzando sus harinas con las mieles de un triunfo que no dudaba en conseguir. Después, alguien vació todas las bolsas del contenedor en un enorme camión. Se acercaba el segundo paso de su plan, para el que tenía que estar preparado. Se alisó las rayas y se aclaró su voz gruesa de tiburón.
Cuando el camión volvió a ponerse en marcha, se deslizó hacia un agujero de la bolsa y salió de ella, para encontrarse en medio de un paraíso de basura grasienta y maloliente. Aguzó la vista, buscando lo que le interesaba y, en la distancia, divisó una espiral de zanahoria, un par de fideos de sopa escuálidos, dos tiburones rayados, aunque de otra marca peor que la suya, una estrellita de sopa integral y unos cuantos spaghetti lisiados. Se acercó al grupo hinchando la barriga.
- ¡Hola, hermanos macarrones!
- Qué hay, tiburón – contestó una voz de entre aquella chusma de pasta.
- ¿Qué hacéis por aquí?
- Pues yo estoy planeando dominar el mundo – dijo la espiral naranja.
- Yo también, - añadió presto uno de los fideos – pero aquel spaghetti nº2 de allí ya tiene a una docena de seguidores.
- Y yo soy el macarrón pluma que dominará el mundo – dijo otro que acababa de incorporarse al grupo.
- ¿Y tú qué haces por aquí, tiburón? – le preguntó con desinterés la estrellita.
- ¿Yo?... Yo… yo nada, me caí de la olla donde me iban a cocer.
- Vaya, qué putada, tío.
El macarrón se alejó cabizbajo avergonzándose de su soberbia y deseando ser aplastado por la siguiente vuelta del triturador del camión de la basura.
(c) By Lillu