No puedo decir abiertamente que no me gusta Sam Peckinpah por dos razones principales: la primera es que medio mundo cinéfilo se me echaría encima, y la segunda porque tampoco sería del todo cierto. En realidad pienso que sólo es un director un poco “excesivo”, que se excede básicamente en el metraje de sus películas y en las dosis de violencia gratuita que, aunque normalmente no me molesta, en sus películas ha llegado casi a desquiciarme.
Hablo concretamente de las dos películas suyas que he visto estos días, dos de las consideradas joyas del cine en general y de la filmografía de este director en particular. Se trata de “Grupo salvaje”, un western de 1969 y “Perros de paja”, una oda a la violencia rural estrenada en 1971. He de añadir que esta última tiene el aliciente negativo de la presencia de Dustin Hoffman, el actor con el que siempre acertarán conmigo: no lo soporto nunca XD. Aviso que a lo mejor hay algún spoiler en este post, por si alguien no conoce estas películas y quiere disfrutar del agresivo estilo Peckinpah en carnes propias.
Ya había visto “Grupo salvaje” hace muchísimos años, pero sin prestarle demasiada atención por entonces. Es un exponente del denominado western crepuscular, cine que habla de un Oeste en crisis con la llegada de la modernización, el ferrocarril, los automóviles y el orden. Los forajidos comienzan a decaer y a perder su lugar prominente en ese mundo polvoriento. En ese contexto, Sam Peckinpah elabora una historia de amistad que le valió una nominación al Oscar al Mejor Guión Original. El reparto es extraordinario y entre las principales caras podemos ver a William Holden o Ernest Borgnine.
El director estadounidense es ampliamente conocido por sus retratos de la violencia más extrema sin ningún pudor. No hay muertes románticas en sus películas, sólo muertes poco naturales y largas escenas de acción rodeadas de bastante crueldad. En su descargo, hay que decir que fue uno de los pioneros en la utilización de la cámara lenta en ese tipo de secuencias, lo que añade cierto lirismo a sus películas y reduce un poco el impacto violento de esas escenas. La parte final de “Grupo salvaje” es un tiroteo sin fin en el que muere hasta el apuntador, algo que llega a resultar agotador y un poco cansino. Desde mi punto de vista no hace falta un ruidoso tiroteo de cinco minutos de reloj para saber que allí no quedó títere con cabeza.
La historia está bien contada y retrata con bastante acierto el carácter de unos bandidos que, viéndose humillados, perseguidos y cansados, deciden morir matando. No sin razón “Grupo salvaje” (en el original “The Wild Bunch”) fue considerada como una de las películas más violentas de la historia. Con los años, el film se ha granjeado un nutrido grupo de fans que la valoran tanto por su brusquedad como por sus grandes dosis de innovación cinematográfica y su lugar de honor en el género western. Para mí le sobran metraje y balas, por lo que me resultó a ratos algo irregular e incluso aburrida.
En el caso de “Perros de paja” ("Straw dogs"), la película sigue prácticamente la misma senda que su predecesora: mucho metraje, momentos en los que pasa poco o nada, que podemos interpretar a nuestro libre albedrío y una traca final con violencia y destrucción que personalmente considero excesiva. El guión es bastante más flojo que en su predecesora "Grupo Salvaje", para mi gusto, y tengo muchísimas preguntas en relación a la actitud de todos los protagonistas y lo que los rodea: un pueblo en el que sólo viven idiotas o locos; un Dustin Hoffman con dos tipos de semblante: inexpresivo o inexpresivo cabreado; una mujer (Susan George) que no se sabe si se lo está pasando bomba o está sufriendo lo indecible con determinadas situaciones (como la de la violación); y una serie de catastróficas desdichas que hacen que la película parezca a ratos un gran despropósito.
Y es que “Perros de paja” tiene momentos casi absurdos, en los que yo no me podía creer que todos los personajes parecieran bipolares, que ninguno de los agresores tuviera dos dedos de frente o que estuvieran sobrios y en cuestión de segundos pasaran a las típicas cantinelas de borrachos inestables. Eso por no decir las innumerables ventanas que se rompen en ese último asedio, que aquello parece una cristalería en vez de una casa de campo. En general la historia tiene más problemas para sostenerse y sólo el gusto por la violencia y la locura puede salvar a sus espectadores de caer en la desesperación. Es muy comparable en ese sentido a otra película que no soporto, “La naranja mecánica” de Kubrick, casualmente del mismo año (con esto ya me estoy consagrando, lo sé... :P).
Técnicamente el director vuelve a sacar sus recursos de cámara lenta para las escenas de furia y juega mucho con la oscuridad y la neblina para transmitir sensación de intranquilidad. Por ese lado puede que lo consiga, pero la película en sí es como un enorme castillo de naipes que se aguanta a duras penas mientras le embiste la cordura.
Sam Peckinpah, apodado Bloody Sam (Sam Sangriento) tuvo bastantes problemas con las productoras para mantener ese nivel de violencia en sus películas, muy criticado por una parte del sector, y también fue acusado de misógino por el papel que otorgaba a las mujeres en sus films. Sus excesos con el alcohol y las drogas hicieron que su carrera cayera tan en picado como su salud a mediados de los setenta, sin volver a recuperarse, hasta su muerte en 1984.
El mito de Peckinpah, que dirigió poco más de una docena de largometrajes, se forjó en gran parte tras su desaparición, ya que en vida no consiguió demasiadas distinciones para su cine. Le otorgo sin duda el mérito que significaron sus innovaciones cinematográficas y su valentía para mostrar la impiedad sin paños calientes, sirviendo de inspiración para miles de cineastas posteriores, pero como la contención no está entre sus virtudes recomiendo no ver sus películas en momentos de estrés.