jueves, 22 de octubre de 2015

Madrid (II)

Monumento a Velázquez a la entrada del Museo del Prado
El segundo día en Madrid estaba destinado íntegramente al Museo del Prado. Nos habían dicho que la visita era larga y que necesitaríamos más de un día para verlo todo con detenimiento. La hora de apertura era a las 10.00, así que media hora antes nos situamos en una pequeña cola que ya estaba formada en las taquillas para aprovechar al máximo el tiempo que teníamos. 

La entrada normal cuesta 14,00 €, aunque también se puede adquirir el Abono Paseo del Arte para visitar los tres museos de la zona (Prado, Reina Sofía y Thyssen Bornemisza) por 25,60 euros. Como Exseminarista Ye-ye entraba gratis y tampoco teníamos muy claro si tendríamos tiempo suficiente para visitar los tres centros con detalle y amortizar así ese dinero, decidí comprar solamente la entrada del Prado.

Mi última visita al museo había sido cuando yo tenía 9 años, y por entonces me pasé la mitad del tiempo aburrida y cansada mientras mi madre contemplaba extasiada los cuadros (la otra mitad del tiempo la pasamos buscando a mi hermana, que se había perdido mezclada con una excursión de japoneses, pero eso es otra historia ;)) así que mis ganas de estar otra vez en el Prado eran enormes. Sin embargo, tengo que decir que, en general, me llevé una pequeña decepción.

En el interior del museo no se permiten fotografías, en ninguna sala, ni siquiera sin flash, así que este post estará pobremente ilustrado. La fachada principal del edificio estaba en obras, cubierta con una lona, y el exterior del museo tampoco ofrecía buenos planos para inmortalizar así que no gastamos mucha batería de móvil en ese sentido. Tampoco se permite entrar ningún tipo de bebida o comida, algo que me parece totalmente ilógico. Eso te obliga a consumir dentro del museo en la única cafetería-restaurante que existe, a precios desorbitados. En fin, políticas que no me gustan ni me parecen razonables pero que por desgracia te ves obligado a aceptar.

Monumento a Goya, exterior Museo del Prado
Al comienzo de la visita varios expertos te ofrecen la opción de una visita guiada por el museo, con una duración de alrededor de una hora, y en la que se va directamente a las obras más destacadas. Como a nosotros no nos interesaba ese tipo de visita nos hicimos con un plano del edificio y nos dirigimos hacia las primeras salas. El orden de las exposiciones es un poco anárquico. Aunque va por épocas (más o menos), se mezclan muchos autores y corrientes, algo que en algunos momentos descoloca bastante. Hay salas dedicadas exclusivamente a obras de determinados autores, mientras que otras muestran cómo estaba decorada una sala del Palacio Real, por ejemplo, en un momento cronológico concreto. Resulta un poco confuso. 

Otro de los puntos negativos del museo para nosotros fue la iluminación de los cuadros. Me parece increíble que en un centro de la categoría de El Prado, que constituye uno de los museos pictóricos más importantes del mundo, y en el que la entrada cuesta 14 euros, se permitan que en algunos lienzos haya reflejos procedentes de las ventanas y no se pueda ver bien la obra. Y no fue en uno ni en dos. En un principio pensé que podía ser algo puntual, relacionado sobre todo con mi limitada estatura (1.58 m.) pero a Exseminarista Ye-ye, desde su 1.88 m., le ocurría exactamente lo mismo. Tenías que alejarte varios metros de algunos cuadros para poder contemplarlos sin brillos, algo imposible en ocasiones por la presencia de otras obras en el medio de la sala o por una pared cercana. Desde esa distancia, ya no se podían apreciar los detalles de la pintura, pero si te acercabas para ver algo concreto perdías totalmente el conjunto. No había un término medio. 

Nos resultó tan frustrante ese defecto de iluminación que llegamos a comunicarlo al museo a través de un tuit, respondiéndonos sus responsables que se estaba trabajando en mejorar el sistema de iluminación general de todas las salas, sustituyendo las lámparas halógenas por tecnología led. Aún así, yo creo que cerrando algunas ventanas y controlando la luz natural que entra por ellas se podría solucionar ese problema en la mayoría de los cuadros afectados.

Real Academia de la Lengua y San Jerónimo desde los aledaños de El Prado
Pictóricamente hablando, no disfrutamos realmente de ninguna obra hasta llegar a "El jardín de las Delicias" de El Bosco. El tríptico nos dejó fascinados tanto por su detalle como por la temática, pudiendo apreciar en directo escenas y colores que realmente hacen a este cuadro merecedor de su fama. Nuestro placer continuó por la serie negra de Goya pero no alcanzó su clímax hasta llegar a Velázquez. La perfección hecha cuadro se llama "Las meninas". Visto desde cualquier ángulo, de lejos o de cerca, ese lienzo es una auténtica maravilla, un éxtasis para cualquier amante del arte. 

En general, los trabajos de Velázquez son el reclamo principal del museo y, todo hay que decirlo, con justo merecimiento porque la visita al Prado merece la pena sólo por ver una decena de las 48 obras suyas que allí se exponen. Tiziano, Tintoretto, Caravaggio, Rembrandt, Rubens, Goya, Murillo o El Greco conforman los nombres más destacados del resto de las galerías. El museo no tiene apenas nada más allá del s.XIX, puesto que sus exposiciones se limitan en gran parte a la Colección Real y a cuadros de corte religioso y retratos nobles encargados por los distintos linajes de gobernantes de la época.

Al final de la visita, ya resulta un poco agotador ver tanto retrato del mismo rey, conde o duque de pie, a caballo, sentado o con su familia, pero no deja de ser una importante representación pictórica de la España más real y sus dinastías. No es un museo tan completo como puede ser la National Gallery londinense que visitamos el año pasado, que tiene al menos una obra de cada autor o corriente destacable, pero sin duda El Prado es una visita obligada para cualquier amante del arte.

Mi recomendación al respecto es que, si no se es un gran entendido en la pintura religiosa italiana o los cuadros de la Corte del barroco español, la visita se realice en el espacio de dos horas gratuito que ofrece el museo todos los días entre las 18.00 y las 20.00 h. o los domingos por las tardes, justo antes del cierre de puertas. En ese tiempo se pueden ver casi todas las obras conocidas que alberga el museo, entre las que se encuentran "El jardín de las delicias" de El Bosco, "El caballero de la mano en el pecho" de El Greco, "Las tres Gracias" de Rubens, "Los fusilamientos del 3 de mayo" y las "Majas" de Goya (la vestida y la desnuda, mucho más bonita esta última para mi gusto), y todos los grandes cuadros de Velázquez, además de alguna otra obra destacada de otros autores.

Coincidiendo con nuestra visita, el museo exponía también una colección temporal de cuadros de Picasso procedentes del Museo de Arte de Basilea, bajo el nombre 10 Picassos del Kurtmuseum Basel. Los cuadros estaban situados en uno de los pasillos centrales del edificio, flanqueados por lienzos clásicos de gran formato. Desde mi punto de vista deberían haber dedicado una sala exclusiva a estas obras, a todas luces fuera de lugar tanto en estilo como en época. De todos modos, tampoco se trataba de los cuadros más destacados de su autor, sino de una selección más bien modesta de su obra.

Comida en el Café Prado
Hablando de otras cuestiones, nos vimos obligados a comer en el Café Prado, la única cafetería-restaurante que hay en el museo. Puesto que a mediodía aún no habíamos terminado la visita y no se permite la entrada al recinto con ningún tipo de comida ni bebida del exterior, como ya señalé más arriba, nos dirigimos hacia allí como otras decenas de visitantes para proceder a recuperar fuerzas. El menú del restaurante nos pareció limitado y caro; había unas cinco opciones de platos fríos y alrededor de seis o siete calientes, cuyos precios oscilaban entre los 4 euros de una taza de gazpacho (que podéis ver en la foto) y los 10-12 € de un plato de carne o pescado, guarnición aparte.

Como teníamos que comer algo para no desfallecer elegimos platos fríos, más baratos y acordes a la temperatura madrileña. Por lo que veis en la foto de arriba (un cuenco de gazpacho, dos cuencos de ensalada fría de patatas, cebolla y bacon - a la mía le añadieron, tras insistir un poco, mitad de tabulé de verduras que tenía el mismo precio - una chapata pequeña y un botellín de agua de 50 cl.) nos cobraron 17,45 €. No parecería tan caro si la comida estuviera buena, pero la ensalada no eran más que patatas y el cous-cous estaba totalmente insípido. Todo en general era menos que pasable en cuanto a su calidad y sabor e incluso el pan era malo. Además, nos quedamos con hambre, así que si alguna vez visitáis el museo no os recomiendo en absoluto que comáis allí, si podéis evitarlo. 

También echamos un vistazo en las tiendas de El Prado que, como en casi todos los museos del mundo, tienen souvenirs y recuerdos con copias de las obras que exponen a precios desmesurados. Lo único que me llamó realmente la atención (y que estaba dispuesta a pagar) fue un Playmobil del pintor y grabador alemán Alberto Durero, representando su famoso "Autorretrato", que se expone en la galería de pintura alemana del museo. Su precio era de 4 euros, que me pareció incluso razonable dentro del universo de bolígrafos a 3 euros y libretas a 12.

Mi Playmobil de Durero
Y tras una visita un poco decepcionante aunque equilibrada por la contemplación de algunas obras de arte inigualables e irrepetibles, nos volvimos al hostal para descansar un poco y salir a cenar después con unos amigos por la zona de Lavapiés. De camino hicimos una foto a otra de las fuentes más emblemáticas de Madrid después de la de Cibeles, la de Neptuno, situada en pleno Paseo del Prado.


Fuente de Neptuno
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** (continuará...)

sábado, 17 de octubre de 2015

Madrid (I)

Volando de Tenerife a Madrid
Después del dispendio de Londres del año pasado, en este 2015 nuestro presupuesto para viajes está bastante más limitado. La idea inicial era hacer un viaje internacional en este mes de octubre, pero como las previsiones laborales aún no son todo lo buenas que desearíamos decidimos aplazarlo. Aún así, a principios del pasado mes de julio quisimos aprovechar una semana de vacaciones y realizar una pequeña escapada cultural a Madrid. Bueno, más bien me emperré con este viaje y quería celebrar mi cumpleaños en la capital, porque yo lo valgo y tal :P

Compramos los pasajes con distintas compañías, unas tres semanas antes del viaje. La ida la realizamos desde el aeropuerto de Tenerife Norte con RyanAir (unos 40 euros por persona) y la vuelta con Iberia también al norte, pagando una parte de los pasajes con avios (puntos que acumulas volando con ellos en el programa Iberia Plus) y algo más de 25 euros en metálico por cada billete. El desembolso fue bastante razonable, sobre todo teniendo en cuenta que cogimos buenos horarios de vuelo y estábamos en pleno inicio de las vacaciones estivales.

Plaza de Cibeles
Cogimos un autobús para desplazarnos desde el aeropuerto de Barajas hasta el centro de la ciudad. La línea 203 realiza sólo paradas en las terminales del aeropuerto, en Cibeles (donde nos bajamos nosotros) y en la estación de Atocha. El viaje dura unos 40 minutos y cuesta 5 euros. 

La cuestión del alojamiento nos tuvo un poco en vilo hasta días antes del viaje. A pesar de tener algunos amigos en Madrid y haber casi confirmado la estancia en casa de uno de ellos durante nuestra visita, finalmente no pudo ser y tuvimos que reservar un hostal a última hora. No queríamos invertir en el alojamiento más de lo necesario puesto que nuestra intención, como siempre, era utilizarlo básicamente para asearnos y dormir. Pedimos consejo aquí y allá acerca de establecimientos baratos, limpios y tranquilos cerca de la zona por la que queríamos pasar más tiempo, que era la de los museos.

El ascensor del edificio del hostal... miedito!
Finalmente, de entre los que tenían disponibilidad y se ajustaban al precio que buscábamos, nos decidimos por el Hostal Dulcinea, en el Barrio de las Letras. Reservamos una habitación doble con baño propio, que era uno de nuestros requisitos imprescindibles, y aire acondicionado (algo que finalmente también se reveló imprescindible, ya que pillamos Madrid en plena ola de calor). Pagamos unos 40 euros por noche en la opción de sólo alojamiento y reservamos cuatro noches. Hay que decir que el sitio cumplió nuestras expectativas, a pesar de que regular adecuadamente la temperatura del agua de la ducha fue una ardua tarea que no llegamos a dominar en ningún momento. Por lo demás, la cama resultó muy cómoda (sobre todo el colchón; para mí la almohada resultaba demasiado alta y rígida y tuve que quitarla, pero suele pasarme en bastantes sitios y ya estoy acostumbrada a dormir sin almohada) y el hostal en sí tranquilo. 

La ubicación del hostal era inmejorable para las visitas que queríamos efectuar y el personal fue correcto en todo momento, así como la limpieza diaria rápida y esmerada de la habitación. Teniendo una cafetería justo al lado del portal, tampoco echamos de menos el desayuno incluido y pudimos tomar café casi recién levantados para espabilarnos. Los precios acordes a la capital se compensaron con un muy buen trato por parte del dueño del bar. Con sus chocolates, jugos de naranja, sándwiches y tostadas cogimos muchas energías para cada uno de los agotadores días que nos esperaban.

Plaza Mayor
Nuestra primera jornada fue corta pero intensa. Llegamos al hostal a mediodía y aprovechamos la tarde para dar un primer paseo por los alrededores. Google Maps en mano, fijamos nuestro punto de partida y caminamos por las callejuelas repletas de historia del Barrio de las Letras hasta llegar a la Plaza Mayor, un poco deslucida por estar una parte en obras. Casi al lado está el Mercado de San Miguel, un edificio de principios del siglo pasado que se ha convertido en un espacio gourmet que aúna el ocio y la gastronomía de temporada. Existen varias iniciativas de este tipo en otras ciudades y se han hecho muy populares sobre todo entre el turismo, a pesar de que sus ofertas culinarias no son aptas para todos los bolsillos.

Teatro Real
Siguiendo con nuestro paseo por la calle Mayor, desembocamos al final en la Plaza de Oriente, lugar emblemático y símbolo del Madrid más noble. Allí, en unos pocos metros, está el Teatro Real, la Catedral de La Almudena, el Palacio Real y, colindantes, los Jardines de Sabatini. Todo un chute de arquitectura, arte e historia a partes iguales. Aunque el palacio y la catedral no estaban abiertos, sí pudimos dar un paseo por los Jardines de Sabatini, nada espectacular en cuanto a su flora y vegetación, pero que con el edificio del imponente palacio al fondo sí que hacen una bonita postal.

Plaza de Oriente y Palacio Real
Estatua de Felipe IV en la Plaza de Oriente
Palacio Real desde los Jardines de Sabatini
Catedral de La Almudena
Desde allí nos dimos un salto hasta la Plaza del Callao y subimos por la famosa calle Preciados, centro neurálgico del comercio madrileño. Ni Exseminarista Ye-ye ni yo somos adictos a las compras de moda, así que estas zonas tampoco tienen demasiado interés para nosotros cuando viajamos. No entramos en la FNAC porque entonces igual sí que no salimos, entre libros, películas y tecnología, pero por lo demás, una visita obligada sin más detalle. Mucho calor y mucha gente por todas partes a pesar de ser un martes a media tarde.

Plaza del Callao
Calle Preciados
Desembocamos, como no podía ser de otro modo, en la Puerta del Sol, con su Ayuntamiento, su kilómetro Cero y su Oso y Madroño. Realmente no pensábamos que la luz nos fuera a dar para ver tanto en apenas unas horas, pero Madrid se camina muy bien y al final y sin apurar mucho hicimos una completa ruta. La idea era volver por allí otro día con más calma si nos daba tiempo.

Estatua del Oso y el Madroño
Nuestro (mi) antojo de bienvenida a la capital era un bocadillo de calamares, pero como los dos sitios que nos recomendaron estaban cerrados tuvimos que elegir otro bar, aledaño a la Plaza Mayor. El bocadillo que pedimos no estaba espectacular, más bien era todo pan, pero el gazpacho inicial de cortesía sí estaba delicioso y fresco, ideal para paliar un poco los 35 grados de media que habíamos tenido durante la jornada y que nos acompañarían hasta regresar a las islas.

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** (continuará...)

martes, 22 de septiembre de 2015

Pan de leche

Pan de leche
Decíamos ayer... Bueno, quien dice ayer dice hace un par de meses, que terminado el relato vacacional londinense acometería sin dilación el correspondiente a Madrid, tras el viaje que hicimos en julio. Pero como todavía no tengo perfiladas esas entradas madrileñas haré un inciso para publicar una receta. Sí, lillusianos, Lillu ha vuelto a usar la panificadora de Lidl y el resultado ha sido, de nuevo, más que satisfactorio.

El caso es que tenía la panificadora un poquito abandonada. Las últimas veces que la usé, siguiendo recetas con las harinas panificables de Lidl y con otras harinas normales, los panes no salieron demasiado bien. Algunos quedaron húmedos y compactos, otros no subieron lo suficiente y otros no tenían un sabor demasiado rico. Experimentos aparte, noté que una de las palas de la máquina amasaba más rápido que la otra, así que los panes también quedaban desiguales de tamaño. El caso es que tras solucionar estos pormenores, ayer decidí sacar de nuevo la panificadora y probar con un pan dulce, que era lo que me apetecía.

Revisé las recetas del cuaderno que viene con la máquina y algunas más en mis libros de panadería y en internet. Al final me decidí a seguir una receta bastante tradicional de pan de leche, variando en pequeños detalles lo apuntado en el cuaderno de la panificadora. Mis ingredientes fueron 500 gramos de harina de fuerza blanca, 200 ml. de leche desnatada, 100 ml. de agua, 30 gramos de azúcar blanco, tres cucharadas de aceite de girasol (según la medida de la cuchara de la panificadora), un huevo batido ligeramente, una cucharada de sal, una cucharadita de levadura seca de panadería y una pizca de vainilla en polvo. 

Añadí los ingredientes a la cubeta en el orden que se indica en las instrucciones (primero los líquidos y luego los sólidos, con la levadura en último lugar). El cambio más importante fue que yo usé aceite en lugar de mantequilla, que es lo que sugieren casi todas las recetas de pan de leche. La leche y el agua se añaden tibias, calentadas unos segundos en el microondas. Posteriormente coloqué la cubeta en su sitio y activé el programa 4 de la panificadora (Pan dulce), para un peso de 750 gramos y un tostado medio. El tiempo total de preparación es algo inferior a 3 horas.

Al final del último proceso de levado, justo antes del horneado, paré el programa durante unos minutos para sacar la masa de la cubeta y retirar las palas amasadoras. No lo había hecho nunca antes, pero la máquina lo permite y con eso se evitan los antiestéticos huecos que dejan las palas en la base del pan y que éste se rompa al quitarlas cuando está cocido. La masa era bastante pegajosa y tuve que enharinarme bastante las manos para poder manejarla. Finalmente lo conseguí aunque una parte de la masa se quedó irremediablemente pegada en el interior de la cubeta. Al darle de nuevo al "Start" el programa continúa exactamente donde se quedó, iniciando a los pocos minutos el horneado.

Finalizado el tiempo, desmoldé el pan y me quedé gratamente sorprendida con el resultado. No se bajó y, aunque quedó un poquito más tostado por los laterales, donde se había quedado más masa pegada, en general tenía un color muy agradable. La corteza estaba bastante compacta pero no dura y la miga blandita y esponjosa, cortándose perfectamente sin desmigajarse ni nada. En este momento ya estaba dudando de si el pan sabría a rayos, ya que todos los pasos anteriores habían pasado la evaluación con nota :P

Pero no, la prueba de degustación fue maravillosa también! El pan tiene un sabor suave, con un toque dulce muy bueno, muy cercano a los panes de leche que se pueden encontrar en las panaderías. Esta mañana he vuelto a comerme una rodaja y todavía estoy emocionada por lo bien que sabe. Será un perfecto desayuno o merienda con cualquier otro acompañamiento dulce o salado para los próximos días. 

Corte del pan de leche

lunes, 13 de julio de 2015

Londres (y XI - The Final Post): Compras en Londres

Tercer doctor de Doctor Who en el British Museum
Sí, queridos lillusianos, he vuelto para cerrar por fin la serie de entradas sobre nuestro viaje a Londres del año pasado. Sí, el año pasado, estáis leyendo bien y os rogaría que no ahondarais más en la herida. Han sido tiempos difíciles para este blog pero la que suscribe tenía el compromiso de rematar esta extensa revisión de nuestra estancia en la capital británica, empezada hace ya casi un año. Así que vamos allá!

El título de la entrada es un poco engañoso puesto que el objetivo de nuestro viaje londinense no era el de aprovechar su amplia oferta de tiendas y variedad de marcas y precios. Como casi todos sabéis, no soy fan de la moda o los complementos así que no me llamaban la atención las ofertas de las firmas más exclusivas del mundo, casi todas presentes en la zona comercial de la ciudad. Aún así, he de decir que Londres ofrece a los fans de las compras multitud de opciones tanto en la sección de artículos de lujo como en los chollos de mercadillo y segunda mano. Además, al ser una ciudad grande, se puede encontrar casi de todo solamente sabiendo lo que buscas y donde buscarlo.

Tienda friki en pleno mercado de Camden
En la primera imagen de esta entrada, arriba de todo, podéis ver una miniatura del Tercer Doctor de la serie Doctor Who, muy presente en todo el Reino Unido. Encontramos una pequeña tienda dentro de uno de los mercadillos de Camden que tenía una extensa oferta de objetos ochenteros, de películas y series de culto, del mundo del cómic y otras frikadas. Lo allí expuesto no tenía mucho orden pero a cualquier lado que miraras se sucedían las exclamaciones de sorpresa y/o excitación en continua cascada. 

Tuvimos que salir de allí un poco desconsolados, básicamente porque los precios eran los propios de objetos de factura limitada y reliquias, por los que cualquier fan pagaría lo que marcaran sin dudarlo. Pero nuestra limitación económica y de espacio no nos permitía traernos gran cosa así que la compra testimonial que hicimos fue esa miniatura de Doctor Who, una cajita que trae un Doctor aleatorio y que costaba, si mal no recuerdo, unas 2,5 libras. 

Continuando por Camden había decenas de tiendas de ropa gótica en las que le eché el ojo a un par de vestidos y alguna camiseta, pero sin decidirme finalmente por nada. Entré en la tienda de la marca de botas y zapatos New Rock para, de nuevo, desconsolarme un poquito ante la vasta variedad y los vastos precios por un lado y el exiguo espacio y limitado peso de mi maleta volando con RyanAir por otro. Mis compras en Camden fueron una bonita camiseta con un osito pirata (la podéis ver en la imagen que cierra este post), que me costó unas 10 libras, y un par de muñequeras de cuero que compré en un local especializado por 5 libras las dos. 

Tienda de botas New Rock en Camden
En Forbidden Planet adquirimos unos cuantos detallitos para nuestros amigos y algunos objetos para uso personal. Una vez más, tuvimos que refrenar la necesidad de comprarlo todo, puesto que esa cadena tiene la oferta más amplia de merchandising que se puede encontrar hoy en día en el mercado. Había un ala de una planta dedicada sólo a DVDs, ordenados por secciones según su estilo o condición, entre ellos, tres estanterías completas sólo de la serie Doctor Who, una entera dedicada a las producciones de Studio Ghibli y así con otras muchas que llamaron menos mi atención.

Sección de Doctor Who en Forbidden Planet
Sección de Studio Ghibli en Forbidden Planet
La sección de literatura ocupa la otra mitad de la planta, con una parte de cómics clásicos ordenados por colecciones, por épocas, por todo lo que se te ocurra. En la planta baja hay todo tipo de productos con referencias a juegos, series, animes, figuras, peluches, camisetas y todo lo imaginable dentro del universo friki.

Aparte de los regalos para algunos amigos, mi compra en Forbidden Planet fue una preciosa libreta de Doctor Who con la imagen de la Tardis en la portada. Tenía intención de llevarme también alguna camiseta (busqué con insistencia una de Diablo III) pero la oferta para chicas no era tan amplia y no encontré nada a mi gusto. 

Finalmente, el "grueso" de nuestras compras las hicimos en las tiendas de los museos, a pesar de que los precios de los objetos que allí se venden son bastante desorbitados. Al salir del Natural History Museum me encapriché de un peluche de glyptodon, un animal extinguido de la familia de los armadillos cuya reconstrucción fósil habíamos visto en el interior. Viendo mi emoción con el bicho, Exseminarista ye-ye soltó las 12 libras que costaba y me lo regaló.  

Glyptodon en el Natural History Museum
Lillu y su glyptodon de peluche
En la tienda de la Tate Modern compré unas postales preciosas de Turner y unos bolígrafos, con la intención de hacer pequeños regalos londinenses a algunas personas. En otras tienditas adquirimos unos marcapáginas de imán con las paradas de metro de la Bakerloo Line, unos llaveros y un imán de nevera, formato que se ha convertido en un clásico imprescindible de nuestros últimos viajes. 

Una última consideración que querría hacer con relación a las compras en Londres es la forma de pago. A pesar de que llevamos bastante dinero en libras para gastar allí, en mi banco me informaron de que podía utilizar la tarjeta de débito para pagar sin ningún problema. De lo que no me informaron fue de que, por el cambio de moneda, se me cobraría 1 euro por cada pago que realizara con ella, independientemente del importe gastado. El Banco Santander, entidad a la que pertenecía esa tarjeta, no me efectuó los cargos en cuenta hasta cinco días después de realizar los pagos, por lo que no pude consultar mis gastos ni percatarme de esas comisiones totalmente abusivas hasta que ya había utilizado la tarjeta una docena de veces para pagar en tiendas y restaurantes. 

Tras el disgusto y hacerles notar su desinformación al respecto vía Twitter, puse una reclamación en mi banco que fue ignorada. Lo mismo ocurrió con la cursada en la OMIC hace ya bastantes meses, así que doy por perdidos los 14 euros que me cargaron por cada vez que utilicé la tarjeta (insisto) de DÉBITO, no de crédito, sin ningún tipo de advertencia en cada uso de que se me estaba cobrando ese importe adicional por pagar en libras. 

Hay que señalar que a Exseminarista ye-ye su entidad bancaria (La Caixa) no le cobró ninguna comisión por utilizar su tarjeta de débito, ni en concepto de cambio de moneda de libras a euros ni nada similar. En su banca online pudo comprobar sus gastos casi automáticamente, y no cinco días después como fue mi caso con el Santander. Además, en La Caixa respetaron el cambio inicial prometido para cambiar de nuevo las libras sobrantes por euros al regreso a España. 

Mi consejo al respecto es que si realizáis compras en Londres paguéis en metálico en libras (cambiadas desde aquí, ya que cambiar moneda allí suele salir bastante más caro) y que os aseguréis de que vuestro banco no os está cobrando algo abusivo pero desgraciadamente legal como fue mi caso. Y por supuesto, aunque todos los bancos al final son casi lo mismo, no os recomiendo en absoluto que trabajéis con el Banco Santander, que cada vez ofrece peores soluciones a sus clientes sin importarle su antigüedad. 

Y tras esta queja pongo punto y final a esta serie de entradas sobre Londres, que empezaba en septiembre de 2014 después de un viaje maravilloso y enriquecedor, con la inestimable compañía de Exseminarista ye-ye. Hoy, casi un año después, tengo muchísimas ganas de volver a la capital británica para ir a los sitios que se nos quedaron fuera por falta de tiempo y hacer cosas que no cabían en nuestra agenda pero que están apuntadas como "pendientes" para una próxima visita.

Y si os quedáis con ganas de más, próximamente... viaje a Madrid en Lillusion!

Mis compras londinenses
*** (Haz click en las imágenes para ampliar)

miércoles, 6 de mayo de 2015

Resumen vacacional

No, por una vez no hablo de las vacaciones en Londres (aún me queda un post por publicar, no cantéis victoria, jijiji), sino de una semana de vacaciones que termina hoy y que necesitaba como agua de mayo, nunca mejor dicho.

Este blog está reflejando mi ánimo general para cualquier cosa y mi trabajo lo agrava todo debido al cansancio físico que me causa. Vale, no me quejaré mucho más porque tengo trabajo y eso es un bien escaso en los tiempos que corren, pero pagaría por tener constantemente esta sensación de relax y desconexión que he vivido esta semana de vacaciones. Y eso a pesar de estar lesionada y de no poder hacer muchas de las cosas que me proponía.

En la parte positiva, he de decir que las lanas han vuelto a mí! No trabajar estos días ha supuesto una mejora física sustancial: el cansancio desapareció esta semana y el pinzamiento del nervio de mi mano derecha me ha dado tregua. La mano se me ha entumecido mucho menos estos días y eso me ha permitido ganchillar de nuevo. Con un pequeño empujoncito anímico por parte de algunas personas que me rodean he conseguido que los ozitos de amigurumi vuelvan a hacer acto de presencia. 

En la parte negativa, un persistente dolor en un dedo del pie izquierdo se ha revelado finalmente como una fisura. Diez días de entablillado, inmovilización forzosa y reposo han evitado que pudiera acometer muchos de los proyectos pendientes para estas vacaciones. El dedo todavía no está bien pero hoy me toca reincorporarme al trabajo y confiar en que al menos no empeore la cosa. 

En resumen?: cené con amigos, comí con amigos y tomé café y cervezas con amigos; leí todo lo que pude del "Sandman" de Neil Gaiman; vi capítulos de "Supernatural", "Game of Thrones" e "Inside nº9"; ganchillé ozitos de amigurumi; le hice fotos a River; dormí mucho; comí demasiado; perpetré dos bizcochos fallidos; compré gravilla para mi jardín vertical; cogí a bebés en brazos; compré libros; vi programas aleatorios de "Vender para comprar", "La casa de mis sueños", "Tu casa a juicio" y otros espacios de viviendas ideales; comí helado; Exseminarista Ye-ye me hizo sonreír y también me hizo reír; madrugué algunos días y remoloneé otros; escuché música; tuve momentos de plena satisfacción; planté verduras en mi granja virtual, recogí verduras en mi granja virtual; pasé frío y después calor; me apunté en varias ofertas de trabajo, leí otras ofertas que me dieron la risa; le hice mimos a River; hablé de periodismo con jóvenes periodistas; jugué partidas de Apalabrados; bebí Baileys; me partí de risa viendo de nuevo "Dragones y Mazmorras" en la tele; comí comida china; leí reportajes y documentos aleatorios; hablé con amigos y con conocidos del pasado y del futuro; hice varios regalos; tiré bolígrafos sin tinta; me reí mucho con algunas personas y me entristecí mucho con otras; sentí vértigo; reinicié el móvil; pensé en hacer cosas que luego no pude hacer; fui a que mi médico me dijera que no había que amputar, que sólo era una fisura y cojeé a ratos; me dejé el pelo suelto y luego me hice coletas; me dieron ganas de llorar pero en otros momentos me reí bastante; intenté poner la mente en blanco y casi lo consigo; vi capítulos repetidos de "Castle" y vi capítulos muy repetidos de "Castle"; hice café; me cagué en algunas cosas y personas; saqué los pantalones cortos del armario; planeé vacaciones irrealizables por ahora; me hice un análisis de sangre; vi los informativos de la tele con indignación y tristeza; jugué con River; fui al supermercado; rechacé dos placajes de "voluntarios" de ONGs por la calle; di besos y abrazos; comí lentejas fritas; conduje por la autopista del sur; miré sonriendo a Exseminarista Ye-ye antes de dormir; tomé ibuprofeno; hablé con mi familia por teléfono; me vendé el pie malo con resultados poco satisfactorios; canté en el coche; comí perritos calientes; compartí enlaces y fotos en Facebook, Twitter e Instagram; viví, entre otras muchas cosas.
 
En general, ha sido una semana agradable, con algún toque amargo, en la que he llegado a algunas conclusiones que no puedo compartir aquí pero que estarán presentes a partir de ahora en mi periplo vital. Queridos lillusianos, disfrutad de la vida y todo lo negativo que no podáis cambiar intentad que no os afecte tanto como para arrebataros la ilusión.

miércoles, 1 de abril de 2015

Londres (X): Comer, beber y degustar

Empezando la mañana con un café para llevar
Una de las quejas más comunes de los españoles que visitan Londres es que comer resulta caro. No diré que es del todo falso pero personalmente tampoco me pareció algo tan excesivo como esperaba. Lo que sí resulta exageradamente caro en comparación con las costumbres españolas es fumar y beber alcohol, pero para comer en sí dispones de muchas opciones, algunas incluso dentro del limitado presupuesto de un españolito de a pie (servidora) que se deja caer por la ciudad del Big Ben.

Yo, como sabéis, no fumo desde hace años, pero mi pareja sí es fumador y se llevó tabaco en la maleta en vista de las previsiones. Un paquete de cigarrillos puede costar allí entre 6 y 10 libras, dependiendo de la marca. Sí, he dicho un paquete, no un cartón (al cambio, una cajetilla cuesta como mínimo 8-9 euros). Con el alcohol ocurre algo parecido. El precio habitual de una cerveza en un pub típico británico es de unas 4 libras (algo más de 5 euros), salvo que pilles la "Happy Hour" de algunos locales donde quizás la puedas encontrar por 2 libras. Una copa de vino en un restaurante normalito se sitúa en torno a las 5 libras (casi 7 euros). Estos precios se pueden reducir un poco en las cadenas de "fast food" que abundan en Londres. En general, y si la idea es no gastar demasiado durante el viaje, la mejor opción es beber agua (en algunos restaurantes te sirven sin costo una jarra de agua "del grifo" a la hora de comer) y dejar el consumo alcohólico británico para ocasiones especiales

The Plough, un pub cerca del British Museum abarrotado en la happy hour
Como nosotros no teníamos incluido el desayuno en el hotel, desayunamos algunos días en cafeterías de la zona. Habíamos llevado un básico de galletas y zumos de frutas en la maleta, así que en algunas ocasiones sólo necesitábamos complementar el desayuno con un café para llevar. La mayoría de las cafeterías de la ciudad te preparan el café en cómodos vasitos de cartón con tapa. El precio es ligeramente superior al de los cafés en España pero los tamaños también son superiores. Como dato informativo, en ninguna ocasión conseguí terminarme los "café latte" que pedía, que eran auténticos barreños y estaban normalmente deliciosos. Lo más barato es el café "expresso", que equivale a un café solo español y suele costar algo más de una libra. Los cafés con leche o especiales tienen su precio a partir de las 2,5 libras, aunque insisto, los tamaños son el doble de lo que podemos encontrar en España y en general son de buena calidad.  

English breakfast en Garfunkel's
El desayuno clásico inglés o "english breakfast" lo pedimos sólo el último día antes de regresar, más que nada por la curiosidad. Aunque lo ofrecen en varios sitios, a mí me llamaba la atención una cadena llamada Garfunkel's, sobre todo por el nombre y la estética de los cincuenta. Pues bueno, no lo recomiendo en absoluto. El desayuno fue caro para lo que ofrece y la comida no estaba más que pasable. Había varias opciones con los típicos huevos fritos, bacon, judías (de lata), tostadas (que cobraron aparte, algo fuera de lugar en mi opinión), salchichas, tomate asado y un par de cosillas más. Pagamos algo más de 8 libras por cada desayuno (11-12 euros), un precio exorbitante para la satisfacción que obtuvimos con su degustación. 

Bocata al gusto (pollo, lechugas, tomate) de Scott's Café, Covent Garden
A la hora de comer hay cientos de opciones donde elegir. Muchísimos locales tienen comida preparada para llevar, que te colocan en cómodos tuppers con sus correspondientes cubiertos. Suelen preparar además bocadillos al gusto con decenas de ingredientes, como el que nos prepararon en Scott's Café, un sitio al lado de Covent Garden, donde pudimos elegir el tipo de pan y los ingredientes por menos de 5 libras. El londinense típico cocina poco y suele comer fuera de casa cuando trabaja así que la hostelería se lo facilita al máximo. Los supermercados también tienen muchísimos platos preparados, pastas frías, sándwiches, ensaladas y combinados de frutas lavadas y troceadas. Todos los envases suelen venir con su tenedor de plástico incluido. Nosotros recurrimos a estas opciones algunas noches, haciendo la compra normalmente en un Tesco abierto las 24 horas al regresar al hotel o en un Marks & Spencer que también nos cogía de camino. 

En estos supermercados puedes encontrar sándwiches desde 2 libras los más básicos. Las frutas y verduras frescas suelen ser más escasas en estas grandes superficies y bastante más caras en general. Se venden por pieza, no por kilo, y por ejemplo un plátano (banana más bien) nos costó 18 peniques (unos 25 céntimos de euro cada plátano) y una manzana subía hasta los 40 ó 50 peniques. En Londres hay bastantes mercados con más variedad de productos naturales y mejores precios, aunque obviamente no era nuestro principal objetivo visitarlos. Sí es cierto que también se puede comer muy bien en los puestos de esos mercados, muchos de ellos preparados al efecto con algunas mesas en su exterior. En otros mercadillos al estilo de los de Camden la oferta de puestos de comida internacional es también enorme y a muy buen precio, para comer algo rápido mientras se va caminando y revisando las tiendas.


Puestos de comida en el Stable Market de Camden
Dentro de las instalaciones de los museos hay varios restaurantes y cafeterías con bocadillos y platos preparados, pertenecientes a varias cadenas como Benugo. Nos decantamos también por estas opciones alguno de nuestros días de visita intensiva, pagando entre 3 y 5 libras por cada bocadillo o plato envasado. El resto de los almuerzos-cenas probamos chino, mexicano, italiano, portugués, hindú, típico británico y, cómo no, un tradicional fish & chips bastante bueno en un local normalito de la zona donde nos alojábamos. El fish & chips es un clásico de la comida rápida inglesa por el que yo tenía especial curiosidad. No deja de ser un filete de pescado frito con patatas fritas, pero el que comimos estaba realmente bueno, sin ninguna espina y nada aceitoso. Pagamos 9 libras por cada ración, bebida incluida.


Fish & Chips en Sussex Fish Bar
La oferta de restaurantes internacionales en Londres es apabullante, como corresponde a una capital multicultural donde viven más de 8 millones de personas. Según la zona puedes encontrar locales asiáticos especializados, muchísimos hindúes, pakistaníes, árabes, chinos, japoneses, tailandeses, mexicanos, italianos, y también vimos unos cuantos españoles. Las opciones de comida típica británica son menores, aunque nosotros encontramos un pequeño comedor cerca del Shakespeare's Globe Theatre, el Theo's Cafe, instalado en los bajos de una escuela de actores, donde se pueden comer platos caseros del día, agua incluida, por 5,5 libras. Nosotros degustamos un típico pastel de carne y una ensalada de patatas realmente deliciosos.

Entrada al Globe Education Center, donde está el Theo's Café
Pastel de carne, ensalada de patatas y verduras salteadas en Theo's Café
El hindú que elegimos por la zona de nuestro hotel no fue la mejor opción. La comida no estaba mal pero tampoco era nada del otro mundo y no nos sirvieron exactamente lo que habíamos pedido. Pagamos casi 19 libras por tres platos para compartir, uno de ellos un arroz aromatizado bastante insulso y el resto nada espectacular. Los demás días nos decantamos por una cadena de "fast food" mexicana por la zona de Camden, donde un burrito de tamaño grande relleno al gusto nos costó 6 libras, y un chino en el que la cajita de cartón con tres variedades de comida (tallarines, pollo con sésamo y cerdo elegí yo) nos costó unas 5 libras. Ambos, a pesar de ser comida considerada "rápida", estaban bastante ricos.

Burrito y Coronita en el mexicano Tortilla
Comida china en la zona de Kensington
En otras dos ocasiones cenamos con unos amigos pizza en un italiano bastante coqueto del centro de Londres y portugués en el nuevo mercado de Brixton, muy ricos ambos pero un poco más caros al tratarse de restaurantes de más nivel. En todas las ocasiones los locales estaban llenos hasta arriba. Los londinenses, como ya dije antes, comen y cenan mucho fuera de casa y a partir de las siete de la tarde, hora típica de cena para ellos, los restaurantes y bares de copas suelen estar abarrotados casi todos los días de la semana entre los locales y los turistas. Las opciones son casi infinitas y hay precios para todos los gustos, teniendo siempre en cuenta que los precios en libras parecen bajos y pueden despistar. Aún así, nosotros comimos bien, variado y no tan caro como esperábamos.

Arroz con verduras a la plancha en un portugués de Brixton Village
*** Haz click en las imágenes para ampliar.
*** (Continuará...)

lunes, 26 de enero de 2015

Londres (IX): Transporte y alojamiento

Estación de metro londinense
Para completar esta extensa crónica sobre nuestro viaje a Londres del año pasado se me ha ocurrido realizar un par de entradas sobre algunas peculiaridades de la experiencia. Tanto en lo referente a precios como horarios y otras consideraciones, quizás estos comentarios le sirvan a algún lector que quiera visitar próximamente esa capital.

En primer lugar, desplazarse a Londres desde España resulta de lo más sencillo ya que casi cualquier aeropuerto nacional tiene vuelos directos al Reino Unido. Londres está circundada por cinco aeropuertos, situados en un radio de entre 10 km. el más cercano (London City Airport) y 56 km. los más alejados (Luton y Stansted). En una distancia intermedia se encuentran Gatwick (48 km.) y Heathrow (24 km.).

Nosotros elegimos volar con RyanAir directo a Londres-Stansted desde el aeropuerto de Tenerife Sur, no porque fuera la opción más barata realmente, ya que escogiendo asientos y facturando maleta el precio del billete se incrementó una barbaridad, sino porque era la compañía que nos ofrecía mejores horarios. Queríamos salir y regresar de día, pero sin ese requisito posiblemente habría sido mejor elegir una compañía como Norwegian o British Airways, con más comodidades a priori incluidas en la tarifa básica de vuelo. 

Pagamos por los dos pasajes 640 euros, teniendo en cuenta que viajamos en pleno agosto, eligiendo butacas en salida de emergencia para ambos trayectos (25 euros por pasajero, las largas patas de Exseminarista Ye-ye van muy apretadas en un asiento normal de aerolínea de bajo coste) y facturando una maleta grande (45 euros por cada trayecto). Volar en temporada baja puede costar alrededor de 100 euros menos por persona y si lo haces desde la península las tarifas son bastante más reducidas.

El vuelo en sí he de decir que fue muy tranquilo y cómodo, sobre todo teniendo en cuenta que era la primera vez que viajábamos con RyanAir y algunos amigos y conocidos nos habían metido bastante miedo al respecto. Son muy estrictos con el peso del equipaje (en caso de que te pases, aunque sólo sea un kilo, te hacen abrir la maleta y aligerarla, por lo que vimos) pero ágiles a la hora de comprobar documentación y preparar el embarque. Por lo demás, ningún retraso ni sobresalto, aterrizaje correcto y buen trato en general por parte del personal de la compañía. Los controles a la llegada al aeropuerto también son estrictos, con comprobación de DNI o pasaporte, pero sin ningún contratiempo. Al regreso la cosa fue un poco más caótica en el control policial de salidas de Stansted, donde una marabunta de gente esperaba sin mucho orden y avanzando con bastante lentitud, pero quitando eso, todo bien.

Estación de tren londinense
Desde España habíamos contratado el traslado a Londres ciudad en tren. El Stansted Express, de la National Rail, tiene varias ofertas a través de su página web. Nosotros elegimos una que suponía un 25% de descuento por adquirir dos tickets, ambos de ida y vuelta y para utilizar al mismo tiempo. El coste de los dos pasajes es de 48 libras (unos 60 euros) y el viaje dura unos 50 minutos. Resulta muy cómodo porque el tren se coge directamente en el subterráneo del aeropuerto y llega hasta la estación de tren de Liverpool St., desde donde se puede acceder a otras líneas de tren y metro sin necesidad de salir del recinto. También hay varias líneas de autobús que realizan el trayecto a Londres desde el aeropuerto de Stansted, cuyo precio se sitúa en torno a los 15 euros por persona, ida y vuelta. Este viaje dura entre una hora y hora y media, dependiendo de la línea elegida.

Nada más llegar a la estación es importante hacerse con una Travel Card o una Oyster Card. La Oyster Card es una especie de tarjeta de crédito que cuesta 3 libras y que puedes recargar con la cantidad necesaria. Con ella los viajes en el transporte público londinense tienen un importante descuento. A nosotros, sin embargo, nos pareció mejor el sistema de la Travel Card, que se puede adquirir directamente en las estaciones de tren de la National Rail en formato de 24 horas o de 7 días. Además, incluye descuentos de 2x1 en las entradas a determinadas atracciones londinenses.

Interior vagón metro londinense
Para adquirir una Travel Card es imprescindible disponer de una tarjeta de National Rail con identificación fotográfica o Photo Card ID, algo que nosotros desconocíamos y de lo que no te advierten en casi ninguna página de información. En las propias oficinas de expedición de la Travel Card en la estación de Liverpool St. te remiten a un fotomatón cercano para que te hagas unas fotos y elaborarte sobre la marcha la Photo Card. Por suerte, nosotros llevábamos encima un par de fotos de carnet con las que pudimos hacernos estas identificaciones, cada una con su número correspondiente y que también nos servirá para utilizar con nuestras tarjetas de transporte en futuras visitas al Reino Unido. 

Compramos posteriormente una Travel Card personal de 7 días para cada uno al precio de 30 libras (unos 40 euros), lo que permite utilizar las líneas de metro en zona 1-2 de la ciudad (las otras zonas, más alejadas del centro, tienen tarifas diferentes). Teniendo en cuenta que cada billete sencillo de metro sin ningún descuento cuesta 4,50 libras, y que la Travel Card te permite realizar todos los viajes que quieras durante su plazo de vigencia (nosotros realizamos al menos dos diarios), utilizar esta tarjeta compensa muchísimo. 

Detalle interior estación metro londinense
La Travel Card sirve también para otros transportes públicos londinenses como el autobús, que normalmente cuesta 2,40 libras por trayecto y que costará una libra menos utilizando la tarjeta Oyster. El autobús es muy recomendable para hacer un recorrido turístico pero para viajar rápido y cómodo no hay nada como la espectacular red de metro de Londres. Tiene, como es obvio, puntualidad británica y paradas en casi todos los sitios importantes. Puesto que casi todas las atracciones objeto de visita están situadas en las zonas 1-2, se puede utilizar la Travel Card sin problema en prácticamente todos los desplazamientos que hagamos en la capital.

Bicicletas de alquiler
Hay otro sistema de transporte muy utilizado por los londinenses que son las bicicletas. El Gobierno, a través del programa Barclays Cycle Hire, pone a disposición de todo el que lo desee bicicletas que se pueden usar registrándose directamente en las zonas de alquiler con una tarjeta de crédito. Pagando una tarifa de acceso fija (2 libras para 24 horas, por ejemplo) y dependiendo del tiempo que tardes en devolverla a un anclaje, cada período de 30 minutos costará 2 libras adicionales. A mí ni se me ocurrió lo de alquilar una ya que el hecho de que en Reino Unido se circule por la izquierda ya me descolocaba bastante a la hora de cruzar las calles, y eso que en la calzada suele haber señales indicándote en qué sentido va la circulación. 

Señal en la calzada indicando de dónde viene el tráfico
A pesar del mal tiempo, son muchos los ciudadanos que optan por circular en bicicleta, propia o alquilada. Teniendo en cuenta que hay determinadas zonas de Londres en las que el tráfico rodado está limitado al transporte público y vehículos privados de residentes, y que es precisamente en esas zonas donde se desarrolla más actividad empresarial, la mayoría de los trabajadores optan por desplazarse en metro, autobús o bicicleta. A este respecto, es conveniente evitar las horas punta de entrada y salida del trabajo (entre las 8 y las 9 de la mañana y entre las 5 y las 6 de la tarde, porque el volumen de gente en las estaciones es bastante agobiante. Como detalle importante y por si alguno considera alquilar una bici para dar un paseo, hay que tener en cuenta también que en muchos parques está prohibido circular en bicicleta, norma que los británicos siguen bastante a rajatabla.

Habitación EasyHotel Paddington
Con respecto al alojamiento en Londres, nosostros barajamos varias opciones y al final nos decidimos por un Easy Hotel, un hotel perteneciente al mismo grupo que gestiona la compañía aérea de bajo coste EasyJet. Estos establecimientos están ubicados en zonas muy bien comunicadas, destinadas a un tipo de turista poco exigente, con estancias cortas, y ofrecen los mejores precios posibles en relación a su situación geográfica. La mayoría de los hoteles de las zonas 1-2 de Londres tienen dos problemas: los que están bien de precio suelen ser de estilo albergue o con baño compartido (algo que no queríamos) y los otros suelen superar las 80 libras por noche en temporada alta. A nuestra búsqueda se le unía el contratiempo de que estábamos reservando con menos de un mes de antelación, con lo que muchos hoteles ya no tenían habitaciones disponibles.

Baño Easy Hotel Paddington
Unas amigas nos habían hablado bastante bien de los Easy Hotel, cadena que también tiene establecimientos en otras ciudades como Amsterdam, Berlín, Fránkfurt o Budapest, así que decidimos echar un vistazo. Elegimos el que está situado en Paddington porque nos parecía que los accesos a metro y otras zonas de interés eran más fáciles, aunque hay otros cinco o seis Easy Hotel en Londres con diferentes precios según su ubicación y características. Hay que decir que la política del Easy Hotel es ofrecer un alojamiento simple, sin ningún tipo de extra que encarezca el precio. La reserva se paga a través de la página web en el momento de confirmarla (con tarjeta de crédito; no admiten débito) y se trata de una tarifa básica que no incluye desayuno, ni limpieza de habitación, ni cambio de toallas, ni televisión, ni ningún otro añadido. Todo eso lo consideran extras y puedes obtenerlo, previo pago, en el momento de hacer la reserva o durante tu estancia. 

Nosotros escogimos una habitación doble estándar con baño y ventana (si la escoges sin ventana es aún más barata), para 8 noches por un importe total de 517 libras (unos 675 euros). No compramos ningún extra, puesto que nuestro objetivo era utilizar el cuarto solamente para asearnos y dormir. Y para ello cumplió perfectamente su misión. La habitación daba a la calle principal, nada ruidosa, y podíamos ventilarla sin problema. En general, las habitaciones de los Easy Hotel están absolutamente peladas de detalles. No tienen ni armario, ni sillas, mesas o repisas y los baños son muy justos de espacio, pero todo estaba muy limpio y la temperatura era muy agradable gracias a un climatizador. A pesar de que tanto el dormitorio como el baño eran ínfimos en tamaño, la cama era bastante amplia y muy cómoda. 

Habitación estándar con ventana
A la hora de alojarse en cualquier hotel o apartamento británico hay que tener muy en cuenta otro detalle importante: los enchufes tienen otra forma, aunque el voltaje es el mismo. No podrás enchufar ningún cargador o aparato comprado en España sin un adaptador. Allí los venden en muchos sitios pero no son baratos. Nosotros los compramos en Tenerife antes de viajar y bueno, no es que la adaptación fuera perfecta pero al menos cumplieron su función, previo ajuste con tapón de botella como se puede ver en la imagen.

Adaptador de enchufe británico con toque casero
Otra opción buena para alojarse en Londres es buscar un apartamento, que puede compensar para alquilar durante una semana, por ejemplo, y que facilitará la opción de ahorrar en desayunos y comidas. Hay que tener cuidado con las zonas elegidas e intentar ver bien los interiores y exteriores, ya que hay edificios muy antiguos y barrios más recomendables que otros. Y entenderse con los caseros, que si son alquileres de particulares en vez de empresas pueden dar lugar a algún malentendido. Yo recomiendo buscar alojamiento en la zona 2 más que en la 1, con cercanía de una estación de metro y buenos accesos a pie.

Logo Metro Londres en parada Edgware Road

(continuará...)